Un artesano de lo invisible

Holzberg y la segunda rotonda

El amigo del Dr. Helsel, Holzberg, era un arquitecto fascinado por el círculo, forma central de todas las mitologías, y a lo largo de su carrera había construido decenas de rotondas. Esa fascinación le llevó incluso a pervertir la forma, haciendo una rotonda, si así se puede llamar, cuadrada. Esa acera cuadrada que señales de tráfico obligaban a los coches circundar — término inadecuado — no era más que un juego del arquitecto, una trampa casi infantil, ya que, a pesar de la señal de tráfico explícita (era necesario rodear aquel cuadrado colocado en medio de la vía), los automóviles, muchas veces, chocaban contra los vértices de la acera, pinchando los neumáticos, rompiendo los parachoques, etc.

A partir de un cierto momento, los coches, conocedores de aquella amenaza geométrica rodeaban el cuadrado, múcho más alejados de sus vértices, haciendo así un trayecto en circunferencia alrededor de una rotonda imaginaria. Ese circular alrededor de una rotonda — que de hecho no existía — hacía, según Holzberg, que los conductores asimilaran la verdadera importancia del círculo. Para Holzberg era claro que los conductores sólo dibujaban un círculo con la trayectoria de su automóvil cuando rodeaban el cuadrado que mandó construir. En rotondas normales, los automóviles no dibujaban a mano alzada, en la expresión de Holzberg, sino que copiaban; como alguien, obediente, que lo hace sin tener una noción exacta de lo que está haciendo.

Había en Holzberg otra particularidad que probablemente estaba relacionada con ésta: él entraba en el cine y cuando empezaba la película cerraba los ojos. No dormía; por el contrario: su atención se duplicaba; con los ojos cerrados, como en una sala oscura, estaba más desprotegido — era, por eso, necesario activar todos los sistemas de defensa y percepción. Era así como Holzberg veía las películas, si se puede utilizar el término ver. Interpretaba los sonidos — una interpretación excitada, que crecía, disminuía, se reducía, aumentaba; en suma: actuaba. La cabeza y la imaginación añadían imágenes a lo que oía, como haría un ciego; pero Holzberg no estaba ciego y ahí estaba toda la diferencia.

Sólo en las salas de cine hacía ese ejercicio y lo hacía porque sabía que estaba protegido — los otros no podían ver que él cerraba los ojos. Era un juego de fuerzas y flaquezas donde Holzberg aceptaba ser más débil temporalmente. La tensión con la que veía cada película con los ojos cerrados, intentando, como en un puzzle, encontrar la pieza visual que encajara con la pieza sonora que en aquel momento oía, constituía un enorme esfuerzo físico y mental y, así, Holzberg salía de la sala de cine extenuado como si saliera no de una sala oscura en la que se ve y se oye, sino de una sala oscura donde alguien lo hubiera golpeado.

Tal como sucedía en la circunferencia que los automóviles trazaban por iniciativa propia alrededor de una rotonda cuadrada, Holzberg sentía que escuchando la película con los ojos cerrados era él el que hacía las imágenes (un artesano de lo invisible).

Holzberg, como se ve, era un hombre dispuesto a cierto tipo de extrañas experiencias sensoriales, y la que hace algunos años hiciera con su amigo, Hornick, veterinario, era un buen ejemplo de eso.

— Gonçalo M. Tavares
Matteo perdeu o emprego