Solo una

Intuyo que los fotógrafos trabajan influidos, entre otros cosas, por los costes de sus proyectos. En los 70, cuando empecé fotografiar en color en 8×10 (pulgadas), me gastaba 15 dólares cada vez que hacía una fotografía (película, procesado y una prueba de contacto). Las consideraciones económicas me llevaron a realizar una sola fotografía de cada sujeto. A pesar de esto, sabía que no podía economizar haciendo solo una fotografía que pudiera considerarse buena. Eso me habría conducido a realizar un trabajo aburrido con imágenes que sabía que funcionarían. Pero yo sí decidía qué quería fotografiar y cómo quería estructurar la imagen. Esto fue una poderosa experiencia educativa. Empecé a aprender lo que quería realmente.

El mundo digital está en las antípodas del trabajo con película de  8×10. Veo este mundo como si fuera un fenómeno de dos caras. El hecho de que las “fotografías” sean gratis permite que se trabaje con una mayor espontaneidad. Cuando veo, todavía hoy, a gente fotografiando en analógico veo dudas e indecisiones en su proceso de trabajo. No veo esto en el mundo digital. Parece que existe una mayor libertad y una menor moderación. Veo en esto una analogía en cómo afecta el uso de un  procesador de textos a la escritura: puedes poner todo lo que se te pase por la cabeza por escrito, incluso pensamientos tangenciales, con un mínimo de autocensura, sabiendo que, escribas lo que escribas, siempre lo podrás editar más tarde. La otra cara de esta falta de moderación es que no se discrimina. Y en esto existe una tautología: como uno considera menor el valor de cada una de sus imágenes, uno produce menos imágenes verdaderamente considerables.

Stephen Shore

Incompletitud

Quiero hacer fotos que permanezcan incompletas.  No quiero que pierdan su realidad, presencia, velocidad, calor o humedad.  Por tanto, me paro y disparo antes de que se vuelvan refinadas o sofisticadas.  Si está incompleta entonces la fotografía puede poseer el pasado y evocar el futuro.  Siempre se están moviendo.  Cuando veo una fotografía que está completa me siento como si estuviera atrapado en un ataúd.

Nobuyoshi Araki

Cambio palabras por pelos


Nigeria es un país africano que tiene casi un millón de kilómetros cuadrados (unas dos veces España).
Tiene 161.644.000 de habitantes.
Es el país más poblado del continente africano.
Limita al oeste con Benín.
Al este con Chad y Camerún.
Al noreste el lago Chad.
Al norte Níger.
Al sur el golfo de Guinea.
Está dividida en 36 estados y un distrito federal.
La capital es Ayuba.
La ciudad más poblada es Lagos.
Los ríos principales son el Níger y el Benue.
En la desembocadura forman el delta del Níger, el más grande del mundo.
La economía de Nigeria es una de las más crecientes del mundo.
Las estimaciones de crecimiento para 2008 son del 9%.
Del 8,3% para 2009.
El FMI espera que Nigeria crezca un 8% en 2012.
El inglés es lengua oficial desde 1960 cuando se produjo la independencia de los británicos.
Además del inglés, se hablan 512 lenguas.
J. D. Okhai Ojeikere nació en 1930 en el poblado de Ovbiomu-Emai.
Este poblado está en el estado de Edo en el suroeste de Nigeria.
Además de inglés habla el dialecto Emai y el Yoruba.
Empezó el colegio cuando se pudo tocar el lóbulo de la oreja izquierda pasando el brazo derecho por encima de su cabeza. No era una prueba de habilidad; simplemente demostraba que ya era suficientemente mayor.
Estuvo allí desde los 11 años hasta los 18.
A los 18 se fue a Idaban.
Cuando tenía 19 años su padre murió. Se trasladó a la ciudad de Abakaliki.
Vivió con su hermana y su marido.
Al preguntarle que qué oficio quería aprender dijo que cualquiera que pudiera hacer con sus manos.
Ha estado 30 años fotografiando pelos.

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Debajo de las piezas hay una mano

Al principio el arte del puzzle parece un arte breve, un arte de poca entidad, contenido todo él en una elemental enseñanza de la «Gestalttheorie»: el objeto considerado –ya se trate de un acto de percepción, un aprendizaje, un sistema fisiológico o, en el caso que nos ocupa, un puzzle de madera– no es una suma de elementos que haya que aislar y analizar primero, sino un conjunto, es decir una forma, una estructura: el elemento no preexiste al conjunto, no es ni más inmediato ni más antiguo, no son los elementos los que determinan el conjunto, sino el conjunto el que determina los elementos: el conocimiento del todo y de sus leyes, del conjunto y su estructura, no se puede deducir del conocimiento separado de las partes que lo componen: esto significa que podemos estar mirando una pieza de un puzzle tres días seguidos y creer que lo sabemos todo sobre su configuración y color, sin haber progresado lo más mínimo: solo cuenta la posibilidad de relacionar esta pieza con otras y, en este sentido, hay algo común entre el arte del puzzle y el arte del go: solo las piezas que se han juntado cobrarán un carácter legible, cobrarán un sentido: considerada aisladamente una pieza de un puzzle no quiere decir nada; es tan solo una pregunta imposible, reto opaco; pero no bien logramos, tras varios minutos de pruebas y errores, o en medio segundo prodigiosamente inspirado, conectarla con una de sus vecinas, desaparece, deja de existir como pieza: la intensa dificultad que precedió aquel acercamiento, y que la palabra puzzle –enigma– expresa tan bien en inglés, no solo no tiene ya razón de ser, sino que parece no haberla tenido nunca, hasta tal punto se ha hecho evidencia: las dos piezas milagrosamente reunidas ya son solo una, a su vez fuente de error, de duda, de desazón y de espera.

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Entre las juntas hay una ciudad, ¡mira!

Rudolf Burkhardt y Edwin Denby; New York, N. Why? Editado por Nazraeli Press y el Metropolitan Museum of Art, Estados Unidos

Había un tipo destinado allí donde nadie quería ir. cada vez más hacia Oriente. cada vez más cerca del horizonte. Miraba esperando. Esperando un ataque que nunca llegaba. Agotando sus ojos hacia la salida del sol y fantaseando hacia su caida con lo que le día podría haber dado de sí. El enemigo tenía nombre: los tártaros. Nombre que realmente ya no designaba nada. Como uno de esos atributos de Calvino. Un mundo con más palabras que objetos a los que aplicarlos.

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Callar para decir

Nada que valga la pena expresar queda nunca sin expresar; sería contra la naturaleza de las cosas que así quedara. Creemos que Coleridge tenía grandes cosas dentro de sí que nunca contó al mundo; sin embargo las contó en el Mariner y en el Kubla Khan, que contienen toda la metafísica que no está allí, las fantasías que omiten y las especulaciones que no se encuentran en parte alguna. Coleridge nunca podría haber escrito esos poemas si no hubiera tenido dentro de sí lo que los poemas expresan no por lo que dicen, sino por el mero hecho de que existen.

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Tertulia de libros de fotografía en la Real Sociedad Fotográfica

El martes 28 de febrero, a las 19:00, en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid tendrá lugar la primera tertulia de libros de fotografía, y se espera que tenga periodicidad mensual.

La temática y la asistencia es abierta.  Cada uno puede traer un libro de fotografías (no vale el de uno mismo) para comentarlo.

La Real Sociedad Fotográfica tiene su sede en:

Calle de los Tres Peces 2
28012 Madrid

Esperamos veros por allí.